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Confinamiento por covid-19, la prueba de fuego del amor en pareja

Ciudad de México. (Milenio).- Un 23 de marzo de 2020 nos dijeron: “quédate en casa”, para evitar que el coronavirus se siguiera propagando entre los mexicanos. El covid-19 que parecía tan lejano, ya para entonces era una pesadilla propia. Era la primera vez que el gobierno llamaba a escondernos en nuestras casas, a no salir para mantenernos a salvo del peligro invisible.

Una gran parte de las familias se encerraron en sus departamentos rodeados de la tensión, la ansiedad y la incertidumbre de tratar de sobrevivir a una pandemia mundial.

Pamela, una joven de 19 años, tenía siete meses de embarazo en esa fecha; en sus controles médicos le advertían que era importante que no se arriesgara a un contagio. Al comenzar la cuarentena, trabajaba los fines de semana en una paletería La Michoacana en la Ciudad de México, pero la emergencia sanitaria la dejó sin esa chamba.

Se encerró con el padre de su bebé y la familia de él, pero entonces quedó atrapada en una doble pesadilla. Por un lado, la advertencia sobre el riesgo de contagiarse al salir a la calle y por el otro, ver cómo cada vez más su pareja la violentaba física, emocional y económicamente.

“Yo no quería decir nada por miedo, por pena de contarle a mi familia lo que estaba pasando, pero odiaba estar ahí”, dice Pamela.
Cuando piensa en aquellos días de la Jornada Nacional de Sana Distancia, los recuerda en medio de jaloneos, patadas, moretones, golpes en la panza y un intento de estrangulamiento de su entonces pareja, que mide un metro con 80 centímetros, mientras que ella solo mide 1.57.

“Se puso encima de mí, que estaba boca abajo; empezó a apretarme el cuello, empecé a dar patadas para que me soltara, estaba en shock, se levantó y me aventó. Yo estaba llorando y me dijo: qué bueno que llores, así me gusta que estés llorando”.
La familia de Pamela estaba guardando una cuarentena estricta para proteger a la abuela. La joven dice que sentía una soledad que la ahogaba en aquella habitación.

“No podía recurrir a nadie”, dice.
La antropóloga y activista feminista argentina, Rita Segato, asegura que en las situaciones de crisis aumenta la violencia de género porque el hombre ve amenazada su virilidad y reacciona de manera violenta.

Pamela lo vivió de cerca; ni el 3 de mayo de 2020, cuando nació su primogénito, pudo estar tranquila: El camino al hospital fue violento y con el recuerdo de su pareja alcoholizada. “Cuando nació mi bebé me di cuenta de que estaba sola”, dice la joven a quien la pandemia la había dejado desempleada y sin la posibilidad de encontrar una guardería abierta para dejar al bebé y poder buscar trabajo. El padre de su hijo no le daba dinero.

Un día juntó valor y se regresó a casa de sus papás, no les dijo por qué, solo que estaría unos días. A pesar de la separación la violencia siguió, hoy él tiene una denuncia por violencia intrafamiliar.

Cuando Mildred se aisló en su casa, con su esposo y su hijo de 10 años, estaba feliz. Después de 15 años de matrimonio el confinamiento le parecía una gran oportunidad. A fin de cuentas su conflicto matrimonial siempre había sido la ausencia del padre de su hijo. “Tenía poca presencia en casa a pesar de que era un buen proveedor”.

—Ehhh, qué bueno, por fin vamos a convivir como familia y como pareja— festejaba a mediados de marzo cuando comenzó su encierro voluntario, antes de que iniciara la campaña de Quédate en casa; pero “esas eran mis expectativas no las de él”.

El funcionario público se estresó porque ya no tenía el control en la oficina y pasaba interminables jornadas frente a la computadora. “Toda la atención era en su trabajo y no volteaba a ver lo que tenía enfrente”, dice la mujer en sus cincuentas, que se dedica a dar clases en una escuela particular.

A Mildred la jornada de trabajo se le triplicó: tenía que cumplir con sus clases y adaptarse a hacerlo de manera virtual; debía cursar el cuarto año de primaria con su hijo que necesitaba ayuda constante para seguir las lecciones en la computadora y debía lavar platos, tender camas, sacudir, aspirar…

La familia había decidido que la empleada que hacía las labores domésticas no debería entrar a la casa, le pagaban su salario, pero toda la responsabilidad del aseo recayó en los tres habitantes del hogar. Mildred se encargaba de la limpieza de la segunda planta y su esposo e hijo de la planta baja. Aunque no tenía experiencia el padre enseñaba al hijo cómo hacer el aseo.

“Le tuvo que entrar a la limpieza, no la asumí yo por completo y eso generó mucho malestar. Nunca nos habíamos encargado de una casa. Sí le entró, pero me empezó a desesperar porque no sabía hacer las cosas y dejaba las cubetas a media escalera, los trapos botados”.
“Él sabía que tenía que colaborar, que no debe haber diferencias, que no hay que ser machos, pero en la práctica le fallaba y a esa tensión se sumaba la del virus, el limpiar todo lo que entraba a la casa. Ir al súper era mucha tensión”.
Entonces comenzaron los señalamientos: eres una maníaca, una exagerada. Mildred comenzó a deprimirse y el encierro hizo estragos en su salud física. El doctor detectó que la falta de sol había provocado que la vitamina D en su cuerpo fuera casi inexistente.

—¿Cómo es posible que ni en estas circunstancias este señor esté aquí, ni en una pandemia mundial?— se cuestionaba con mucho enojo y sintiéndose rebasada por la situación.

—Él está, pero no está— reflexionaba con tristeza.

“El problema no fue el trabajo, ni el encierro, el problema es el desinterés. No es que la pandemia haya traído el conflicto, solo lo resaltó. Más bien tuve tiempo de pasarle una lupa a la historia y se hizo más grande la letra de lo que ya estaba escrito”.
Hoy tienen siete meses separados; Mildred se mudó con su mamá y está tranquila. Su hijo aprendió a manejar la computadora y puede estar en sus clases solo, ella ya se siente más cómoda dando sus clases virtuales.

“No pude separarme porque los juzgados están cerrados”.
En 2020, según Forbes, los divorcios y matrimonios sufrieron un desplome de dos dígitos nunca antes visto y la causa fue la pandemia de coronavirus, que obligó a cerrar los juzgados y los registros civiles por varios meses.

Eran las cinco de la mañana cuando el esposo de Tania apagaba la televisión y decidía irse a la cama. Ella en cambio a esa hora iba despertando porque con el encierro decidió levantarse temprano, cuidar su alimentación y aprovechar los días para escribir.

Ella trabajaba en línea, él se quedó desempleado. Ella no quería enterarse de las noticias, él quería saber cómo el virus se iba propagando por el mundo. Poco a poco el rastro del nosotros comenzó a borrarse, vivían en dos universos paralelos. No había pleitos, pero tampoco ganas de aprovechar el encierro para pasarlo entre caricias y buen sexo.

“Comencé a escribir cómo me sentía respecto a mi matrimonio. Pensaba: ya no quiero estar casada, pero no quiero dejar a mi esposo”; la mente de Tania estaba llena de confusión, pero la pandemia le dio tiempo para pensar.
Todos esos sentimientos los escribió durante tres meses y una noche al irse a dormir dejó el gigantesco escrito abierto en su computadora. Él lo leyó.

“Es como si se hubiera abierto la cabeza y se hubiera metido en mi cerebro. Se enteró de cosas que le dolieron mucho y de otras que le ayudaron a comprenderme mejor”. Esa noche él la despertó, decidieron separarse y hoy están en proceso de divorcio después de 10 años de matrimonio.

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