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Desesperado

Por Jason Vásquez
Para Yorik.
Los hubieran visto, parecían una pandilla de chavitos de secundaria tomando su primera botella de whisky en la calle y jugando a las escondidas, bueno, escondidas es un decir porque todos los que manejaban por la Medina Ascencio se les quedaban mirando.

-El gorila mayor, aquel que siempre solía tener la voz cantante les escupió a quemarropa: ¿Fondo putos?

Y en aquel fondo quedaba pactada la promesa de caballeros, el chingue su madre el que se raje, el pacto de bigotes que se sostiene con los mismísimos huevos.
Porque ese fondo no fue sino el primero de muchos aquella noche, esa noche de hace algunos años cuando tratabas de grabarte cada detalle de lo que estaba pasando para poder contarlo una mañana de cruda como hoy.

Y la gente volteaba a verlos porque los reconocía, los Artistas de plástico del malecón y sus asistentes amaestrados, adiestrados en guardar todos los secretos de cama de sus patrones, esos del corre, ve y dile.

Y después de calentar garganta con media botella nos dieron ganas que cantarle a cada una de las Eufemias de saldo y Whatapp y ahí te vamos que nos lanzamos al canta y no llores, «porque nomás de dolor se canta cuando a follar uno no se acomoda».

¿Recuerdas cuando te pidieron cantar Desesperado, y te paraste caminando tan galán hasta el escenario?, sintiéndote Caifán, sintiéndote Pedro Armendáriz, el que los Pedos no le huelen, el uyuyuy, el campeón invicto (hasta esa noche) en el campeonato mundial de «Apachurro, despeino y sacudo».

Esa noche fue cuando se te empezó a hacer costumbre ir por la pinche vida como el: «Malquerido».

Esa noche fue cuando tu pinche millón de estrellas se te escurrió accidentalmente por el lavabo de ese hotel de paso en Villa de las flores.

Y forzaste toda la caja torácica para lanzar el primer «Vuelve» de la canción, desdeñando a ver la letra en la pantalla, es más, te atreviste a hacerle paso a la muerte misma, a ojos cerrados para que las damitas de las primeras mesas mojaran labios, corazón y pantaleta, agarraste el micrófono como Dios manda, porque eres artista y te las sábanas todas, porque veías a Raphael en vídeos para imitarlo, porque sabías cómo pararte, mirar, hacer esa pausa precisa y colchonera, mientras la luz roja y amarilla de los cenitales te daban un aspecto de chavo ruco, bien cogido pero mal amado.

No habías llegado siquiera a esa estrofa de: «aunque te hayas llenado de todo para mí es igual» que estallaron las risas en tu mesa y entendiste el chiste, entendiste el porqué te habían pedido cantar justo esa canción, y tú ahí parado como pendejo sintiéndote Joe Dassin por fin caíste en cuenta que mientras tú estabas cantando, a ella en ese preciso momento la estaban «Llenando de todo» en otro lado no muy lejos de ahí…
Y ellos lo sabían…
Y por eso te hicieron cantar justo esa canción…
Y después te abrazaron…
Y prometieron que si soltabas vendría algo mejor para ti…

Y les pintaste mocos en su cara y te reíste porque en el fondo sabías que hasta en esas promesas también te estaban mintiendo.

Hace meses que no se ha vuelto a escuchar esa sonrisa burlona de Yorik y su eterna carrilla/recordatorio de esa noche de excesos.

Hace meses y todos en silencio de manera extraña añoramos tanto sus burlas, sobre todo en estos tiempos en que hace falta otra botella igual, una avenida llena de curiosos y cada uno de tus comentarios con saña para que no me tome tan a pecho la vida, el duelo y las despedidas.

Sayulita, Agosto 2016.

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